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Replicar el ciclo del agua

  • Replicar ciclo agua

El ciclo del agua nos enseña que el agua no es un recurso renovable sino un recurso renovado. El calor de vaporización del agua actúa como un eficaz captador de energía solar que la eleva kilómetros por encima de la superficie terrestre y que, al condensarse, se convierte en agua dotada de una notable energía potencial. A esa propiedad se le ha denominado exergía y nos informa del potencial de trabajo útil que puede obtenerse de ella.

Esa interacción con el sol no sólo renueva el agua disponible. No sólo dota de energía al agua que va a precipitarse. También la separa de numerosas partículas, moléculas e iones que condicionan su pureza y capacidad en determinados usos. Es decir, el sol proporciona un efecto reciclador completo del agua, en cantidad y en calidad.

No así en distribución. De forma análoga a la evaporación, más intensa en zonas cálidas que en zonas frías, la lluvia o la nieve se distribuye en función de la circulación atmosférica y la geografía, dando lugar a una amplia gama de zonas climáticas más húmedas y otras más secas. La diversidad es mayor si consideramos la variabilidad de las precipitaciones a lo largo del año.

De modo que el reparto de agua no es homogéneo, como casi nada en la vida. En cada lugar cae el agua que cae, y de la forma en que cae.

Frente a eso, como en casi todo, cabe adaptarse o buscar otros escenarios. Hasta hoy, los escenarios han sido combinaciones diversas de almacenamiento y transporte del recurso. Lo que hoy se plantea son otros escenarios que el sol nos enseña, la tecnología permite y la productividad puede permitirse.

El sol nos enseña a purificar el agua y dotarla de energía.

Podemos replicar ese ejemplo pues la tecnología lo permite en una amplia diversidad de modalidades e intensidades. En el pasado eso se hizo con energía fósil que permitió construir embalses y trasvasar aguas. Hoy la energía solar permite replicar directamente el ciclo natural. Con la diferencia de que España es ampliamente suficiente en ese recurso y de que todas las evidencias indican que las renovables permiten una producción con amplios márgenes de autonomía y un coste muy inferior a las energías fósiles que además encarece artificialmente la estructura del mercado eléctrico.

A la diversidad del reparto del agua se añaden otras circunstancias como la geografía, el clima o las comunicaciones, que determina las oportunidades de cada territorio para desarrollar su economía.

¿Qué puede permitir la productividad? La financiación de inversiones. Los cultivos industriales ya son intensivos en capital, pero conservan la palanca cultural histórica de la subvención pública. Probablemente los problemas agrarios sean numerosos en algunos sectores productivos. Probablemente la comercialización es uno de ellos.

Como ya recogí meses atrás en mi blog[1], el coste de adquisición de bienes y servicios de las explotaciones agrarias del Campo de Cartagena supone el 41% de los costes de producción totales, de los que la compra de agua supone un 11%, es decir un 4,5% de los costes totales. El dato estaba extraído de la encuesta incluida en el informe de octubre de 2020 Valoración económica de las actividades agrarias en el Campo de Cartagena de Alberto del Villar, Mª Inmaculada López y Joaquín Melgarejo de las Universidades de Alcalá y de Alicante. Que se sepa, esos datos no han sido desmentidos.

La argumentación al uso, simplemente los ha ignorado. Un aumento del precio del agua hasta el coste de producción de agua desalada (0,60 €/m3) no parece que deba tener un efecto crítico sobre la viabilidad de esos cultivos. Son excepcionales los casos en que la deslocalización o desaparición de actividades se deban a factores productivos de tan escasa incidencia. Es posible que las nuevas circunstancias económicas hagan que otros factores productivos o algunas dinámicas del mercado sean realmente más críticos para el sector que el coste del agua.

Y en todo caso, se habla de un recurso que en sentido estricto no es escaso, sino que el acceso a él tiene una escala de costes. Se trata de que el administrador público del recurso decida con todas las cartas sobre la mesa: cual es el coste de disponibilidad, cual es el coste ambiental que el beneficiario está dispuesto a soportar, qué costes ha tenido la extensión ilegal de captaciones y desalobradoras toleradas. En definitiva, a dónde hemos llegado y como debemos reorientar el rumbo.

Dicho de otra forma: no se puede subvencionar una industria próspera, y más cuando tiene en su mano la oportunidad tecnológica de producir la energía que necesita. Se está viendo con el conjunto de la política agraria comunitaria, esencial en la Europa de 60 años atrás, deficitaria en alimentos y que hoy con frecuencia debe subvencionar los excedentes agrarios.

¿Qué es lo que no puede permitirse la sociedad? La degradación del recurso agua o el traslado de costes ambientales al ámbito público para simular que un sector es productivo. Es curioso que la sensibilidad ambiental venga del lado de las grandes cadenas de supermercados y sean estas, más que el propio sector, y quizá más que el gobierno, las que hayan obligado al gran despliegue mediático al que asistimos en defensa de los intereses agrarios.

¿Significa eso que debemos prescindir de la agricultura? De ningún modo: hay que centrar las cosas y situarlas en términos resolubles. Las hinchadas aparecen cuando se agitan banderas que dividen en bandos. Y no se trata de eso, se trata de poner números y alternativas encima de la mesa.

[1] Agricultura y cambio climático. Iagua, 28/06/2021