Observamos que uno de los efectos del cambio climático en curso es que en nuestro entorno mediterráneo llueve menos y peor. Menos, porque la pluviometría anual tiende a ser más baja. Peor, porque los fenómenos extremos de sequía y lluvias torrenciales son más frecuentes, cosa que dificulta el almacenaje de agua en los acuíferos y en los pantanos; y porque el aumento térmico reduce la proporción de nieve, que también es una forma de almacenar el agua y así suavizar el ciclo anual. La proporción de agua disponible se reduce por todos esos motivos, y también probablemente por el aumento de la superficie de bosque, que absorbe agua y reduce la escorrentía por el aumento de la evapotranspiración.
Con el saneamiento de las aguas, también vamos adquiriendo una cultura de respeto a las masas de agua y los ecosistemas que sostienen. La normativa regula caudales ambientales, incluso donde en épocas pasadas algunos cursos de agua pasaban duros estiajes.
En definitiva, la disponibilidad de agua procedente del ciclo natural disminuye progresivamente y eso no lo van a resolver las bienintencionadas campañas de ahorro de las últimas décadas, sin recorrido suficiente para compensar la realidad que nos llega.
También sabemos que, a nivel general, los grandes consumidores de agua no son los usos urbanos sino los agrícolas, que son consumidores netos, y los energéticos, que condicionan la disponibilidad y en ocasiones alteran su calidad.
El ciclo del agua, tal como lo hemos conocido, no da más de sí. Las circunstancias de ese agotamiento son varias:
- La reducción del recurso disponible en un contexto en el muchos siguen pensando en dinámicas de crecimiento de la demanda.
- La contradicción que supone facilitar el acceso generalizado a un recurso escaso a precios por debajo de su coste, en especial a los grandes usuarios del agua.
- La constatación de que el coste energético es el componente que más aumenta entre los que forman el coste de disponibilidad del agua.
En relación a la energía, hemos visto cómo la intensificación de los usos del agua ha comportado, en primer lugar, la necesidad progresiva de elevar y/o transportar el agua. Adicionalmente, su tratamiento de potabilización, depuración y eventual reutilización han incrementado notablemente el coste energético por cada metro cúbico tratado.[1]
En diciembre del mismo año, la Agencia Catalana de l’Aigua publicó otra aproximación a la cuestión[2]. En ella, además de evaluar la intensidad energética de los diferentes usos en kWh/m3, se aportaba el consumo estimado en Hm3/año, que a su vez permitía evaluar el consumo energético total de cada uso en Cataluña.
En ese contexto, el acceso al agua, al igual que a otros recursos escasos, plantea la necesidad de una reflexión en términos de economía circular, en especial en las zonas donde el uso del agua es intensivo.
Es de destacar que la regeneración y reutilización de aguas residuales exige como contribución previa, la suma de las intensidades energéticas atribuidas al abastecimiento y la depuración, de manera que el cierre del ciclo del agua por este camino exigiría, en primera aproximación, 0,61+1,10+0,22 = 1,93 kWh/m3.
Si nos atenemos a la intensidad energética del abastecimiento en función del origen y tratamiento del agua, podemos observar que los valores medios aportados por la ACA, 0,61 kWh/m3 representan una realidad muy dispersa, que oscila entre 0,18 y 1,43 kWh/m3. Así pues, el cierre del ciclo del agua representa, en muchos casos, 1,43 + 1,10 + 0,22 = 2,75 kWh/m3.
De manera que, en números aproximativos, la aportación de agua extra a la que se extrae del ciclo natural demanda, en promedio, entre 1,93 y 3 kWh/m3. y en un buen número de casos, el coste energético de la reutilización del agua es 2,75 kWh/m3, del mismo orden de magnitud que el de la desalación de agua de mar.
Este es el gasto energético que, traducido a coste económico, hay que considerar en los usos del agua que no dependen del ciclo natural.
Sobre esta cuestión se pueden hacer los siguientes comentarios:
- Las tecnologías para la desalación y la reutilización existen, son accesibles y se perfeccionan. En especial hay que destacar que, en el caso de aguas salobres, su intensidad energética puede descender hasta 0,5 kWh/m3, en función de la salinidad a eliminar.
- En un escenario a medio plazo en el que hay consenso en que las energías renovables serán accesibles, descentralizadas y, como ya sucede, más baratas que la energía fósil, será económicamente viable obtener agua a un coste asumible que permita desvincular progresivamente las demandas de agua de las extracciones del cicle natural.
La ley de cambio climático ha de abrir la puerta a una nueva interacción agua-energía que haga posibles estos horizontes esperanzadores para el ciclo natural y para los usos del agua.